“Pero, como invocarán a aquel en quien no han creído? Cómo creerán en aquel a quien no han oído?… Como está escrito, ‘Cuán hermosos los pies de los que anuncian la buen nueva!’ (Rom 10: 14-15)
Estas palabras de San Pablo resuenan en el mando final de Jesús cuando estuvo a punto de ascender al cielo: “Id, pues, y hacer discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo que yo os he mandado”. (Mateo 28: 19-20)
Esta tarea de enseñar pertenece a cada discípulo misionero, a cada discípulo ‘enviado’ a dar testimonio en el mundo. Esto significa que esta tarea pertenece a mí y a ti. Y no es tan solo una tarea, sino también un privilegio.
Yo dirijo el Instituto de la Formación Laica (LFI) de la diócesis, cuya meta es profundizar su conocimiento y el amor de las personas a Cristo y su Iglesia, para dar un testimonio alegre y efectivo. Recientemente una de las participantes de LFI me contó una historia. Ella forma parte del Rito de la Iniciación Christian de Adultos (FCIA) en su parroquia, ayudando a los no-Católicos, quienes desean aprender más de nuestra Fe.
“Un día,” ella dijo, “un joven adolescente se presentó en RCIA, sin previo anuncio y explicó que quería ser Católico. Por qué? Pues, conocía un Católico en su colegio de secundaria y fue impresionado con él y su familia. Él pudo sentir que era algo que emanaba de su fe de ellos y él quería lo que ellos tenían. El joven vino para la siguiente reunión y trajo consigo un amigo. Ellos han continuado viniendo desde entonces y también han estado asistiendo a la Misa”, y cuando lo dijo ella, sus ojos y su rostro estaban radiantes de alegría.
Este es el privilegio de ser un discípulo misionero. Nosotros no compartimos algo seco, aburrido o académico, sino a Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida. No todas nuestras experiencias van a ser muy emocionantes, pero si podemos contactarnos personalmente con lo que enseñamos, eso tiene muy buena posibilidad de producir fruto.
Como discípulos misioneros, dónde enseñamos, dónde compartimos la Buena Nueva? En principio en nuestras familias. Recientemente estuve haciendo un viaje de tres horas con uno de mis hijos, cuando compartió conmigo que “Muchos de mis amigos ven la Fe Católica como una de tantas.” Yo escuchaba (ojo: siempre escucha), y luego contesté, “Ningún otro fundador de una religión o profeta proclamaba de ser Dios, como Jesus lo hizo en muchas oportunidades”. Así que, según C.S. Lewis, Jesus nos dejó con tan solo tres opciones: O era un Mentiroso, un Demente, o Él es el Señor. Tenemos que escoger una de las opciones, porque su proclamación no nos permite otra. Para ver un video excelente que trata este tema y muchos otros visiten IMBeggar.com
Como continuábamos manejado, compartí con mi hijo una historia personal mía con Dios. En un periodo de 30 minutos le conté como fue mi vida cuando traté de vivirla a mi manera, y como cambió cuando humildemente, me caí de rodillas. Mi hijo no solo comprendió sino me también me dijo que mi historia le fue bastante útil.
Algunos de Ustedes enseñan la Fe de manera formal como maestros en las escuelas Católicas, catequistas en las parroquias o miembros de las equipos de RCIA, etc. Si no, pero si siente tal llamado, hablen con sus párrocos y ofrezcan sus servicios.
Todos nosotros como discípulos misioneros enviados por Jesucristo, necesitamos poder articular por lo menos las bases de nuestra Fe Católica a nuestros hijos, nietos, y otros miembros de la familia, a cualquier persona que Dios pone en nuestro camino. Y tenemos que poder hacerlo de la manera que viene de nuestro corazón, porque lo vivimos, nutridos por la oración y los sacramentos.
Chris Ruff
Director of the Office for Ministries and Social Concerns
Published in the July/August 2021 Catholic Life Issue