“Vengan en pos de Mí…” (Mt 4,19). “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida” (Jn 8,12).
“Vayan … y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28,19).
Estas palabras de Jesús son como dos sujetalibros que sostienen entre sí la vocación fundamental de todo cristiano: ser un discípulo misionero. Entonces, ¿quién es un discípulo misionero?
“Discípulo” se refiere a un aprendiz, un pupilo que recibe instrucción de un maestro. “Misionero” significa “uno que es enviado”. Un discípulo misionero, entonces, es un aprendiz que es enviado por el maestro. Jesús nos ha encomendado una doble tarea: seguir e ir.
El primer paso para convertirse en un discípulo misionero, entonces, es “sentarse a los pies” de Jesús, el maestro, y recibir Su gracia a través de la oración y los sacramentos. Al pasar tiempo cada día con el Señor que nos ama, esa relación se fortalece. A medida que nuestro amor por Cristo se profundiza, naturalmente sentimos el deseo de “salir” y dar testimonio, de compartir a nuestro amado con todos los que encontramos. Esa es nuestra misión, pero solo dará frutos si continuamos pasando tiempo sentados a los pies de Jesús como sus discípulos. De modo que el discipulado alimenta la misión y la misión refuerza el discipulado.
El discipulado misionero fructífero también requiere que continuemos aprendiendo sobre nuestra fe, para que nos sintamos más cómodos hablando con otros sobre nuestra relación con Cristo y por qué elegimos vivir una vida arraigada en el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia. Finalmente, es fundamental reunirnos en nuestras parroquias, formando sanas relaciones cristianas alimentadas por nuestra vida sacramental compartida. Estas amistades no solo nos enriquecen, sino que nos ayudan a sostenernos cuando llegan las pruebas.
A lo largo del próximo año, exploraremos el discipulado misionero e ilustraremos este tema del Evangelio a través de las vidas de hombres y mujeres de nuestras propias parroquias. Veremos que no hay un enfoque “sencillo” para el discipulado misionero, sino más bien un tema común de amor y acción.
Se nos recordará que esta es la vida que vale la pena vivir, una vida que da gozosamente de la plenitud que ha recibido.
CHRIS RUFF
Director de la Oficina de Ministerios y Asuntos Sociales